Vivir más y mejor: la aparición de una nueva etapa vital (y profesional)

Vivir más y mejor: la aparición de una nueva etapa vital (y profesional) Vivir más y mejor: la aparición de una nueva etapa vital (y profesional)

RR

Rocío Reina

Business Review (Núm. 327) · Habilidades directivas

El aumento de la esperanza de vida, los cambios demográficos y el estilo de vida actual han dado lugar a la aparición de una nueva etapa vital, situada entre los 50 y los 70 años, en la que muchos profesionales, a la hora de plantearse cómo enfocar el final de su carrera, se cuestionan si realmente ha llegado ese momento. Alargar la vida laboral más allá de la edad marcada para la jubilación es una opción, especialmente si se disfruta de una vida saludable y activa. ¿Cómo vivir más y mejor? Obviamente, seguir una dieta equilibrada, hacer ejercicio o aprender a gestionar el estrés son elementos imprescindibles, pero también lo son dar un sentido a la vida y al trabajo, desafiar continuamente a nuestro cerebro o mantener vivo el contacto social

La longevidad, entendida como el fenómeno por el que muchos seres humanos alcanzan edades avanzadas con buena salud, es muy reciente: en España, a principios del siglo XX, solo uno de cada cien habitantes llegaba a los sesenta y cinco años; hoy, el noventa y cinco por ciento de las personas los supera. Gracias a los avances médicos, disfrutamos de un tiempo extra y de mejor calidad, lo que ha propiciado la aparición de una nueva etapa vital entre los 50 y los 70 años que se ha bautizado como la edad silver (la de los jóvenes-mayores).

Este alargamiento de la vida trae consigo un cambio radical, porque permite que millones de personas sigan trabajando, ahorrando, creando y consumiendo hasta edades avanzadas, lo que hace posible que nazcan nuevas industrias para servirles. Y entre estas personas más longevas pueden surgir nuevos emprendedores séniores, que encontrarán y aprovecharán nuevas oportunidades de negocio.

 

¿El final de la carrera?

Muchos directivos y empresarios, alrededor de los 50 años, empiezan a plantearse cómo enfocar el final de su carrera profesional y qué hacer cuando llegue el momento de retirarse, sabiendo que aún les quedarán muchos años más por vivir, y al mismo tiempo sintiendo que todavía tienen mucho por aportar y mucho más por disfrutar.

Este artículo puede servir de punto de partida para la reflexión de estos profesionales, ayudándoles a descubrir algunas llaves que pueden abrir la puerta a una larga vida activa. También puede ser de utilidad en el caso de aquellos más jóvenes, para que empiecen a vislumbrar qué deberían ir haciendo para adelantarse y procurarse una última y nueva etapa de la vida más fructífera. Todo ello, siguiendo lo que explica Camilla Cavendish, galardonada periodista, Senior Fellow en la Universidad de Harvard y exdirectora política del primer ministro británico David Cameron, en su libro Extra Time: 10 Lessons for Living Longer Better (HarperCollins, 2020).

 

Los datos que describen la realidad

En 2020, por primera vez en la historia, hubo más personas en el planeta con más de 65 años que por debajo de los 5 años. Dos tendencias están detrás del envejecimiento en el mundo: la primera es que las personas viven más, y la segunda, que las familias tienen menos hijos. Este último dato, en particular, está resultando difícil de revertir, y vemos casos de sociedades como las de Japón o Singapur, en las que se ofrecen diferentes medidas para aumentar la natalidad, pero pocas parecen tener éxito.

Estamos viviendo más, eso no se duda. La esperanza de vida se ha incrementado 30 años desde principios del siglo XX en la mayoría de los países desarrollados, sobre todo gracias a la mejora de la nutrición y la higiene y a los avances médicos. Hemos ganado un tiempo extra, una prórroga.

 

Una nueva etapa de la vida

Si preguntamos a las personas que nos rodean, es muy posible que la gente “mayor” no se vea ni se considere “vieja”, no actúe como anciana y no siempre compre productos que estén dirigidos a su edad. Cuando hablamos de que la esperanza de vida crece, no es la vejez lo que se alarga, sino la mediana edad.

De hecho, en Japón han creado una nueva categoría: los young-old (jóvenes-mayores), para dejar de agrupar a la población de cierta edad en un solo tramo, desde los 60 hasta los 100 años, y aceptar que hay grupos distintos. Solo quienes necesitan apoyo de otros para realizar las actividades básicas de la vida son considerados old-old (mayores-mayores). Los jóvenes-mayores, con 60 o más años, son muy activos, sanos y productivos.

Así pues, se ha producido un desacople entre la edad biológica y la edad cronológica que aún no hemos sido capaces de ajustar. Y la edad de jubilación no sigue esta tendencia de la esperanza de vida: actualmente podemos llegar a pasar un cuarto de nuestra vida retirados, lo que, proporcionalmente, es un tiempo considerable. Eso demuestra que la edad cronológica es un criterio pobre para clasificar a las personas, y que deberíamos rediseñar cómo medir la edad “real”, la que el cuerpo marca con la pérdida o no de capacidades.

También el lenguaje que utilizamos, a menudo sin darnos cuenta, muchas veces contribuye a reducir a los mayores a seres “subhumanos”, individuos menos válidos, infravalorando o haciendo de menos a esas personas por su edad. De forma, a veces, inconsciente, hay quien adopta una actitud que se ha denominado “ghettoise the old”, lo que traducido al español vendría a ser “confinar en un gueto a los mayores”.

En cualquier caso, las personas mayores tienen más tiempo y más dinero y crecen en número. Pero valoramos la juventud, la tecnología y la energía sobre la sabiduría y la madurez –o eso parece–, cuando esa experiencia y juicio acumulados realmente aportan mucho valor.

 

¿Cuánto "tiempo extra" puede disfrutarse?

La idea de “prórroga” del libro de Cavendish (extra time es el término utilizado en muchos deportes para señalar la prórroga) lleva a plantearnos lo importante que es aprovechar lo mejor posible ese tiempo de más que nos ofrece actualmente la vida. Un concepto que también se emplea en otras obras anteriores, como La revolución de las canas (Planeta, 2018), de Antonio Huertas e Iñaki Ortega; Jubilado. ¿Y ahora qué? (Plataforma Editorial, 2018), de Pedro Nueno; o La segunda carrera profesional, de Luis Manuel Calleja.

El nivel de ingresos, el ejercicio que se haga, incluso si se está casado o no (algunos estudios han demostrado que los casados viven más) y el nivel de educación influyen, y mucho, en el tiempo añadido a nuestra vida. De hecho, cuanto más tiempo dediquemos a la educación, más tiempo extra podremos disfrutar al final y mejores oportunidades obtendremos para pasar esa prórroga con buena salud (hasta 14 años más que los que no dan importancia a esta faceta de la vida). La educación es el mayor predictor conocido de esperanza de vida y de riqueza, lo que lleva a plantearse que quizá los gobiernos deberían invertir más en colegios que en hospitales...

Por qué vivimos más es fácilmente entendible. Lo que no se termina de explicar satisfactoriamente es por qué la educación es tan vital en este alargamiento de la vida. Algunos sostienen que es porque la educación ayuda a planificar mejor y a ejercer el autocontrol, lo que permite hacer elecciones de vida más sanas.

También afecta el tipo de trabajo que desempeñemos, relacionado con la educación recibida. Ha quedado sobradamente demostrado que la mortalidad es tres veces mayor entre las personas que realizan los trabajos que menos habilidades requieren. En este tipo de empleos, los niveles de cortisol aumentan, y suelen estar asociados a un estatus social más bajo, a un menor control sobre el entorno de trabajo y, con frecuencia, a mayores desplazamientos por motivos laborales, factores que también tienen sus efectos en la esperanza de vida.

En resumen, todos vivimos más tiempo en general, pero las personas con un nivel educativo más bajo y las más pobres llegan a ser “mayores-mayores” mucho antes que los más ricos y con mayor nivel de educación, y esta brecha también se está ampliando.

Ahora bien, la mente también juega su parte, y, en gran medida, eres viejo si sientes que lo eres: en un estudio sobre este tema, la conclusión fue que muchas personas entre 50 y 90 años decían sentirse algunos años más jóvenes “en el exterior”, pero mucho más jóvenes “por dentro”. A ello se le añade que, a más edad, mayor es la brecha, o gap, entre ambas percepciones. Dicho de otra forma: hoy en día, al envejecer, nos encontramos en una batalla constante con nuestra psique.

Lo más importante de todo lo expuesto es que tenemos razones para estar contentos, ya que el tiempo extra nos proporciona una nueva etapa de la vida: la del “joven-mayor”.

 

Más años y de mejor calidad

Siendo conscientes de la posibilidad de disfrutar de más años de vida, hemos de empeñarnos en que todos ellos sean de calidad. En nuestra mano está que podamos vivir, además de más tiempo, mejor, disfrutando de buena salud, con energía, sentido y plenitud.

Las dos claves para una vida más longeva y de mayor calidad son el ejercicio y la dieta (de hecho, el ejercicio es lo que mejor predice lo bien o mal que envejeceremos). Se ha comprobado que los jóvenes-mayores suelen hacer más ejercicio aeróbico regular, lo que favorece que llegue más oxígeno a sus músculos. Estar sentado más de una hora (sin compensar con algún tipo de actividad física a lo largo del día) disminuye la enzima LPL (que quema la grasa corporal y produce colesterol bueno) y debilita las piernas y los músculos de las caderas, entre otros efectos. Y hacer mucho ejercicio durante el fin de semana no borra el efecto de prolongadas jornadas sedentarias.

También la dieta es parte fundamental. Mucha fruta y verdura, pescado al menos dos veces por semana, optar por los cereales integrales, preferir los aceites vegetales y limitar el consumo de azúcar, carne y grasas saturadas puede hacer mucho, así como algo tan simple como comer hasta estar saciado al 80% y después parar. Pero la pereza y la falta de voluntad no ayudan. Tampoco rodearnos de gente sedentaria y/o que come de forma poco saludable.

Adoptar un enfoque más positivo también debería permitirnos disfrutar de los beneficios de una vida más larga y saludable. La psicóloga social Becca Levy, profesora e investigadora de la Universidad de Yale, ha demostrado que, si pensamos que vamos a envejecer mal, probablemente lo hagamos. Levy comparó la esperanza de vida de las personas con una visión positiva con la de aquellas que tienen una visión negativa de la vejez, y descubrió que las primeras vivían más tiempo, presentando una esperanza de vida en torno a 7,6 años superior a las que tenían una visión pesimista.

Es importante remarcar que no existe un gen del envejecimiento, sino que lo que provoca que este sea desigual entre individuos depende mucho de nosotros mismos. Gran parte de las limitaciones que experimentamos cuando nos hacemos mayores no están causadas por el envejecimiento en sí, sino por la manera en la que vivimos nuestras vidas.

 

El 'unretirement', o la no jubilación

Estar ocupados, desempeñar un trabajo que nos satisfaga, hace que tengamos un propósito por el que levantarnos cada mañana, y tener un propósito nos hace vivir más y mejor. En este caso, todos deberíamos esperar trabajar más tiempo. Ya hay muchas voces que claman que no se debería obligar a las personas mayores a dejar el trabajo forzosamente al llegar a cierta edad, y que es mejor olvidarnos del sueño de la “dorada jubilación anticipada”.

Para ello, ayuda mucho centrarnos en nuestro trabajo diario. Muchas de las personas que se jubilan y no tienen nada a lo que dedicarse a partir de ese momento sufren, incluso enferman o hacen peligrar la estabilidad de su entorno familiar. Se ha postulado la existencia de un nuevo síndrome que se conoce como el de “marido retirado y que, entre otras cosas, está provocando que aumenten los divorcios entre los más mayores.

En Japón, lugar de origen de la noción de ikigai, o razón de ser, un profesor de la Universidad de Tokio fundó en 1975 los Centros Silver, una red nacional de centros que ofrecen trabajos a tiempo parcial (que, además van variando) para los ciudadanos mayores. Con estos empleos, las personas de más edad ayudan y dan apoyo a las empresas y comunidades locales, por ejemplo, limpiando parques una semana, otra empaquetando productos, otra realizando la caligrafía necesaria para los certificados hechos a mano...

En la actualidad, estos centros están subsidiados por el gobierno, y aunque los trabajadores no son empleados al uso, reciben un estipendio para compensar sus contribuciones. Como explica el director del Silver Center de Edogawa (Tokio): “No se trata solo de hacer un trabajo, se trata de crear camaradería y ayudar a los demás. Su esfuerzo es apreciado por la comunidad local y conduce a ikigai”. Claramente, es algo con lo que están de acuerdo las 2.400 personas que acuden a su centro cada mes (la mayor de ellas tiene 98 años), y se pueden comprobar los beneficios obtenidos: en varias investigaciones sobre esta población, se ha demostrado que el 93% está perfectamente sano.

Encontramos otro ejemplo en Zimbabue. El Dr. Dixon Chibanda, uno de los cinco psiquiatras capacitados profesionalmente en una nación de diez millones de habitantes, se dio cuenta de que nunca podría satisfacer las necesidades de la población sin ayuda. Así que creó una prueba piloto de algo que llamó “bancos de la amistad”: bancos del parque donde las personas que habían sido previamente capacitadas para impartir terapias de conversación podían situarse, generalmente al aire libre, esperando dar consejos amigables y compasivos a cualquiera que quisiera sentarse junto a ellas y hablar.

El Dr. Chibanda situó diferentes tipos de personas en sus bancos para que hicieran de “oyentes”, incluyendo también a hombres y mujeres más jóvenes. Pero las personas que demostraron ser más efectivas en las habilidades de escucha, más incluso que los médicos cualificados, cuando se trataba de ayudar con la depresión, fueron las mujeres de mayor edad.

Cuando terminaron los primeros ensayos clínicos, el equipo de Chibanda se quedó sin fondos, pero, en lugar de abandonar el proyecto, estas señoras decidieron seguir trabajando a pesar de todo y sin que se les remunerase. Cuando el equipo analizó la salud mental de estas mujeres, descubrió que estaban mucho mejor de lo esperable, porque, concluyeron, “su trabajo las puso en contacto con personas nuevas y les dio un papel importante en la comunidad”. Ahora hay bancos de amistad en 70 comunidades de Zimbabue.

También se está observando que cada vez es más común crear un negocio o emprender siendo mayor. Una idea que, además, suele ser bastante exitosa.

En cualquier caso, una de las opciones más sencillas para estar ocupados en las etapas finales de la vida es aumentar la edad de jubilación para quien lo desee. Algo coherente si tenemos en cuenta, por ejemplo, que los trabajos para los que se demanda más fuerza física están decreciendo progresivamente, o que el no dejar de trabajar está cada vez más de moda.

Ahora bien, trabajar más tiempo alarga la vida siempre que estemos empleados en algo que nos guste. Los estudios demuestran y sugieren que, si disfrutas en el trabajo, tu salud sufrirá mucho cuando te jubiles; mientras que, si odias tu empleo, te beneficiarás de dejarlo, especialmente si usas tu “tiempo extra” para incrementar tu ejercicio físico.

 

La perspectiva empresarial

El hecho de querer continuar trabajando no solo es bueno para la persona que así lo desea, sino también para las empresas. Aunque se ha postulado que los robots pueden representar una solución para las necesidades de trabajo de las compañías, lo cierto es que a las organizaciones les costará encontrar trabajadores suficientes para realizar algunas tareas conforme la población envejezca.

La edad da experiencia, pero, con demasiada frecuencia, ha sido vista como un indicador de falta o bajada de rendimiento. En ocasiones, los directivos han abusado de esta idea para abordar temas de productividad o desempeño y la han empleado para justificar la decisión de recortar costes. Y es que el sistema tradicional de complementos salariales por antigüedad en las empresas hace que sea muy costoso mantener trabajando a personas mayores. Por lo que, si muchos vamos a querer trabajar más tiempo, es inconcebible que siga subiendo nuestro salario, que vayamos costando cada vez más a nuestro empleador por el mero hecho de cumplir años. Si pretendemos conservar estos privilegios, nos iremos posicionando poco a poco fuera de la población contratable. Ahora mismo, en muchos entornos, joven es sinónimo de barato.

Hay otro aspecto relacionado con el contenido del trabajo efectivamente desempeñado. Si alguien decide jubilarse a los 60, puede que desde los 55 empiece a “desengancharse” del trabajo y que el empleador actúe igual, empezando a dejar de contar con esa persona para proyectos a medio y largo plazo. Si nos posicionamos como si estuviésemos al final de nuestra carrera, nuestro trabajo se podría volver menos interesante, y nosotros mismos nos estaríamos desvinculando.

Para el CEO de una empresa, pensar cómo motivar a los mayores será una tarea cada vez más significativa. Si estos trabajadores se sienten necesarios, una parte vital de la empresa, y no un grupo cerca de la puerta de salida, podrán ofrecer mucho. Un ejemplo al respecto lo encontramos en la compañía BMW. La empresa puso a la gente de mayor edad en una nueva línea de producción muy innovadora.
Al principio, todos pensaban que esa era la línea de los “acabados”: realizaban una tabla de estiramientos musculares cada mañana, cubrían turnos más cortos, los puestos eran más ergonómicos, etc. Al final, logró ser una de las líneas más productivas de toda la empresa (y cada vez eran más los compañeros que se unían a los estiramientos matutinos).

Mantener a un equipo profesional valioso por más tiempo no significa tenerlo haciendo lo mismo que cuando sus integrantes tenían 30 años. Los mayores pueden sobrar en un sitio y aportar valor en otro.

Otro tema es que, a pesar de que se habla mucho de la brecha de género, en el futuro, el mayor gap no será entre hombres y mujeres, sino entre jóvenes y mayores. Y es una lástima, porque está más que demostrado que en el seno de una fuerza laboral más diversa, multigeneracional, se toman mejores decisiones, los errores se reducen y la productividad aumenta. También se observa que la gente mayor es más leal y que, en muchos negocios, no es bien valorado que el personal sea más joven que el cliente.

A todo ello se le suma que con 50 años se está a la mitad de la vida biológica y, según los esquemas tradicionales, casi al final de la carrera profesional. Esto debería llevarnos a reescribir la distribución de tiempo de nuestra vida laboral. A los 30, se suele tener mucho trabajo y muy poco tiempo para la familia (justo cuando más se nos necesita). Y llegamos a los 60 llenos de energía, cuando los hijos ya no dependen de nosotros. Es el sistema el que hace que, muchas veces, sintamos que debemos echarnos en cara todo lo que no hicimos cuando hubiésemos debido hacerlo. El modelo vital de educación-trabajo-tiempo libre, en ese orden, parece que no casa más con la realidad. Ahora, la edad está empezando a ser irrelevante; lo importante es el interés, la aptitud, la actitud y cómo nos encontremos.

Hay evidencias de que aquellas personas con menores habilidades se jubilarán antes con mayor probabilidad, y de la mano viene que tendrán menos posibilidades de haber ahorrado lo suficiente. Con esto, se sigue afinando la idea previamente postulada: la brecha es entre el trabajador joven y el mayor, pero no solo eso, también entre quienes están más preparados para su edad (con recursos, contactos, etc.) y aquellos que no lo están. Queda claro que la formación es relevante respecto a la esperanza de vida, pero no hablamos solo de conocimientos, también de aprender habilidades o actitudes distintas, de mantener viva la curiosidad. De hecho, cada vez se habla más de las multiversity, universidades en las que no solo se enseña contenido académico al uso, sino en las que se trabajan muchas otras cosas, sobre todo, competencias y habilidades como la empatía, la resiliencia, etc. Ante la cuarta revolución industrial, está claro que se necesitará una cuarta revolución educativa.

 

La capacidad de nuestro cerebro

Intentar mantenernos más tiempo trabajando puede acarrear beneficios para el bienestar mental. Al igual que hay que mantener en forma el cuerpo, es preciso conservar el cerebro activo. Se ha demostrado que este está continuamente desarrollándose y cambiando. Conforme experimentamos el mundo y según nuestro comportamiento, las conexiones entre las células cerebrales pueden cambiar nuestro cerebro. Que sepamos que esto pasa a lo largo de toda la vida es revolucionario. Es decir, acumular recuerdos y experiencias, conexiones neuronales que se construyen cada día, es lo que nos permite aprender.

De ello trata la neuroplasticidad, un concepto relevante en el campo del envejecimiento, pero que afecta a toda la naturaleza. Los cerebros de los canarios, por ejemplo, doblan su tamaño en primavera, ya que tienen que memorizar y producir muchos tipos distintos de trinos para el apareamiento. Pasada esta estación, sus cerebros vuelven a encogerse.

También hay que entender otro concepto clave, el de la neurogénesis, referido a las nuevas células que se producen y las nuevas conexiones que se generan. Por ejemplo, el hipocampo crece en las criaturas que necesitan recordar mucho.

Así, se demuestra que el ejercicio cognitivo puede producir cambios físicos en el cerebro. Vamos incorporando circuitos funcionales para aprender algo nuevo, y esto tiene implicaciones importantes sobre cómo entrenar el cerebro conforme nos hacemos mayores. No importa la edad, la experiencia rejuvenece los cerebros si así se propicia.

El ejercicio físico también produce un cambio significativo a nivel cerebral. Nos beneficiamos del ejercicio aeróbico porque incrementa el suministro de sangre y oxígeno al hipocampo. También estimula la producción de una proteína llamada factor BDNF (del inglés brain-derived neurotrophic factor), que es vital para la neurogénesis.

La actividad física, las relaciones con otras personas y el estímulo de hacer cosas nuevas y explorar nuevos entornos ayudan a generar nuevas conexiones entre las neuronas, por lo que el mapa del cerebro varía en cada persona y cambia acorde con nuestra forma de vivir (aprender un nuevo idioma o tocar un instrumento son algunos de los mayores retos cerebrales y un gran aprendizaje, mucho más que leer, escribir o hacer crucigramas).

Otro concepto de interés en esta materia es la neuroinmunología, que estudia la conexión entre el cerebro y el sistema inmune. Cuando envejecemos, el sistema inmune se debilita y deviene más vulnerable a la infección. Durante este proceso, este sistema incluso se puede confundir, atacando lo que no está mal, inflamando nuestras propias células. Situaciones de todo tipo pueden provocar niveles altos de inflamación en sangre; por ejemplo: el síndrome burnout de profesores y cuidadores, traumas infantiles, demasiado estrés en los ejecutivos...

Lo que debe quedar claro es que el cerebro es realmente un músculo y puede fortalecerse a lo largo de la vida. Las neuronas necesitan estar activas para mantener sus conexiones en buen estado, y el ejercicio aeróbico, el contacto social y los nuevos desafíos parecen ser vitales para ello. Debemos mantener la curiosidad y aventurarnos a explorar nuevas áreas más allá de nuestra zona de confort, ya que está demostrado que proporciona múltiples beneficios, entre los que destaca, por el tema que nos ocupa en este artículo, la prevención de la demencia.

 

El poder del sentido de la vida

El tiempo extra que hemos conseguido debería ser un regalo. Sin embargo, ese mismo tiempo puede repercutirnos negativamente si no sabemos qué hacer con él.

El ser humano necesita un propósito para vivir una vida plena. Se ha observado que la gente que se siente útil a los 70 años tiene menos probabilidad de desarrollar enfermedades. Incluso la agilidad física (fuerza de agarre y velocidad al andar) está íntimamente relacionada con tener un fuerte sentido de propósito. Y es que las personas con propósito tienden a ser más activas y a cuidar más su salud, y con esta forma de ver su propia existencia también reducen su estrés. Encontrar sentido a nuestras vidas puede ayudar a protegernos contra la soledad, la enfermedad, incluso el dolor.

Retomamos aquí el concepto de ikigai, o razón de ser. Este término japonés viene de la conjunción de las partículas iki (vida) y gai (propósito), y designa la fusión de lo espiritual y lo práctico. Con este concepto se conectan trabajo, familia, deber y pasión. No se prescinde de nada, es la intersección de las cuatro dimensiones. Y todo ello está muy relacionado con la capacidad de escuchar, la empatía y la habilidad en la meditación y la reflexión.

Ello conduce a que hacer el bien nos hace sentir bien. En un instituto de Estados Unidos, se introdujo en las aulas a personas ya jubiladas que querían aprender con las clases de los más jóvenes. Se les pidió que tutelasen a los jóvenes en asignaturas como Literatura y Matemáticas, pero, sobre todo, que los mentorizasen durante quince horas a la semana. Tras un tiempo, se observó una reducción de entre el 30% y el 50% de estudiantes que visitaban el despacho del profesor por problemas de conducta. Esa convivencia había cambiado el clima de la clase y amplió las posibilidades de los alumnos. Además, los mayores que participaron se encontraban físicamente más activos y aumentaron su capacidad de resolución de problemas.

Conforme envejecemos, nos mostramos más interesados en ofrecer algo a la sociedad. Un estudio que seguía la trayectoria de personas de más de 50 años consiguió demostrar que, generalmente, las personas se vuelven más amables con el paso de los años y están más enfocadas a experiencias que tengan sentido trascendente y que promuevan relaciones sociales estrechas.

Así, se genera un nuevo concepto, el de generativity, referido al impulso en la gente mayor para pasar el relevo y ayudar a la siguiente generación. El tiempo extra se debe ver como un punto de inicio de una nueva etapa, no como el principio del fin. Y este es el planteamiento que permite que gente de avanzada edad esté enseñando a jóvenes, llevando a cabo programas de prevención de salud o desempeñando puestos de profesores, trabajadores sociales o enfermeros.

 

Reflexión final

Ahora que las personas pueden vivir más, deberían poder trabajar más, contribuir más que nunca a la sociedad. El desafío está en asegurarnos de que los “jóvenes-mayores” puedan aportar productivamente a la economía, mientras que los “mayores-mayores” reciben el apoyo que necesitan. Pero, a no ser que se trabaje durante (mucho) más tiempo, los sistemas actuales van a resultar insostenibles. Debemos averiguar cómo conseguir una vejez digna sin llevar a la bancarrota a los jóvenes. En caso contrario, los jóvenes estarán pagando impuestos para soportar un nivel de beneficios de sus mayores que ellos no tendrán la esperanza de recibir cuando les llegue el turno.

En cualquier caso, el tiempo extra es una oportunidad para canalizar el altruismo y la energía de los jóvenes-mayores y su contribución a un futuro mejor para todos; pero, para ello, deberemos reescribir el contrato social y redefinir quién es “mayor”. Con las medidas e iniciativas adecuadas, podemos rejuvenecer y movilizar a mucha gente ya cercana a la jubilación, y aprovechar su talento y experiencia incluso para ayudar a arreglar algunos problemas sociales.

Tras todo lo visto, lo que está claro es que los conceptos de longevidad y de vejez se están transformando. Y, además, están cambiando de significado dentro del propio ciclo de vida del ser humano, puesto que una gran mayoría de la población alcanza edades avanzadas con una apariencia física, salud y capacidades cognitivas que nada tienen que ver con las que mostraban personas de esa misma edad hace relativamente pocos años.

Albert Esteve, director del Centro de Estudios Demográficos en la Universidad Autónoma de Barcelona, explica que, en la segunda década del siglo XXI, “el ritmo de aumento anual de la expectativa de vida se mantiene constante en torno a los tres meses y medio, de forma que cada cuatro años se gana uno”. Si durante los últimos 100 años hemos conseguido vivir unos 40 años más, ¿quién nos dice que no vamos a ganar otros 40 en el próximo siglo?

Pero, sobre todo, este fenómeno trae consigo un cambio implícito, una transformación sustancial en la manera de entender y vivir la vida, modificando la perspectiva del concepto de edad. Estamos rejuveneciendo poco a poco en apariencia, mentalidad y comportamiento. Vivimos una segunda mediana edad con ventajas añadidas, como la experiencia, la estabilidad y la sabiduría. Es decir, toda una generación rica en ideas, experiencia y conocimientos viviendo muchos más años que las anteriores. Las empresas que sepan cómo aprovechar el talento y la experiencia de este nuevo grupo social, y cómo tratar a esta nueva generación –personas, generalmente, activas y con altas capacidades, experiencia y conocimiento–, podrán beneficiarse de numerosas oportunidades.

Rocío Reina

Profesora y directora de Política de Empresa de San Telmo Business School ·

Desde los comienzos de su carrera siempre ha tenido claro que su trabajo tenía que estar relacionado con las personas. En todo este tiempo ha podido desarrollar múltiples facetas, pero todas ellas relacionadas con ello.

En sus primeros años estuvo vinculada ejecutivamente a un proyecto que se enfocaba a ayudar a los jóvenes a dar sus primeros pasos profesionales (Proyecto LYDES) y a día de hoy forma parte del equipo del EMBA de San Telmo.

Rocío Reina ha estado en el área de Política de Empresa desde 2007, cuando comenzó su carrera en San Telmo. Como profesora, dedica gran parte de su tiempo a la escritura de casos (ya más de 70 de empresas de todos los sectores) y a impartir sesiones usando el método del caso, así como conferencias relacionadas con el proceso de dirección.

También es la persona en San Telmo responsable del desarrollo académico relacionado con los temas de Sostenibilidad, diseñando actividades y elaborando material que pueda ayudar a las empresas a operacionalizar la sostenibilidad.

Desde mayo de 2021 es también la Directora del Área de Política de Empresa.

Estudió la doble licenciatura de Derecho y Administración de Empresas en la Universidad Pablo de Olavide y en 2011 realizó el Executive MBA en San Telmo. Años más tarde cursó el programa de desarrollo académico en la misma institución.

Además de su papel académico en San Telmo, es la responsable de dirigir y liderar a los asistentes, un grupo de más de 40 personas. También es Directora Adjunta de San Telmo Business School Publishing, el departamento encargado de gestionar la colección de casos de la escuela de negocios.

En 2018 fue nombrada directora académica adjunta de Consejo Asesor Internacional de Política de Empresa. Ayuda en el negocio familiar, dedicado a construcción y rehabilitación, especialmente ferroviario.

Es mentora en rescatadores de talento de la Fundación Princesa de Girona y miembro de Inspiring Girls. A nivel internacional forma parte del equipo responsable del método del caso en IFAMA, institución por la que fue galardonada en 2018 al mejor caso, con el caso de Sostenibilidad de Nespresso.

También hace asesorías y consultas, ha publicado distintos trabajos, y colaborado y editado varios libros.

 

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