La sostenibilidad no cabe en una etiqueta “eco”
El sector opina


JL
Joan Lluís Rubio
Management & Innovation (Núm. 77) · Estrategia · Julio 2025
Si conduces habitualmente un vehículo diésel de última generación por una ciudad con zona de bajas emisiones, es probable que hayas pasado por esta conversación: alguien te pregunta cómo es posible que lleves en el parabrisas una etiqueta “eco”. Y quizá hayas intentado explicar que si el sistema de microhibridación, que si el filtro de partículas, que si arranca en eléctrico… Pero en el fondo, algo no termina de encajar.
No es una percepción errónea. El marco actual de etiquetas simplifica en exceso un reto tan complejo como la sostenibilidad. Y lo hace tanto para los vehículos particulares como para la logística y el transporte urbano, que sufren la misma paradoja: soluciones técnicamente sostenibles que no se reconocen como tales, mientras otras reciben un barniz eco que no siempre refleja su impacto real.
La etiqueta –como símbolo regulatorio y visual– tiene un poder enorme: abre o cierra accesos, define privilegios y crea una narrativa de “sostenibilidad permitida”. Sin embargo, ese poder se apoya en criterios que no siempre reflejan la realidad del impacto ambiental.
En el transporte profesional, esta disonancia es aún más visible: vehículos propulsados por combustibles renovables como el HVO, capaces de reducir hasta un 90% las emisiones netas de CO2, siguen circulando con etiquetas propias de tecnologías fósiles, mientras otros con menor rendimiento ambiental disfrutan de distintivos favorables.
Este marco genera decisiones injustas, frena innovaciones válidas y distorsiona el esfuerzo real que exige la descarbonización del transporte. Si lo que premiamos es la tecnología del motor –no el tipo de energía utilizada, ni el uso efectivo del vehículo–, acabamos incentivando lo incorrecto. Y lo mismo ocurre en el plano individual: quien usa su coche de forma intensiva pero luce una etiqueta eco puede sentirse más “sostenible” que quien apenas conduce un vehículo sin distintivo, aunque su huella real sea mucho menor.
Más allá de etiquetas, toca diseñar sistemas más rigurosos, capaces de medir y discriminar con mayor precisión el impacto real. Porque la sostenibilidad no se puede simplificar en un adhesivo: exige honestidad técnica, coherencia regulatoria y decisiones informadas.
Joan Lluís Rubio
Director de Marketing y Sostenibilidad en Ader ·