Narciso vs. Ulises: adiós, líder narcisista. Bienvenido, líder servicial

Narciso vs. Ulises: adiós, líder narcisista. Bienvenido, líder servicial Narciso vs. Ulises: adiós, líder narcisista. Bienvenido, líder servicial

¿Qué atributos debe tener el líder eficaz? ¿Qué mezcla de rigor y humanismo debe combinar? ¿Cuánto hay de lógica y de magia en el trabajo del mánager? ¿Cómo medimos el éxito de lo que hacemos? ¿Qué nos da la legitimidad de influir positivamente en la vida de los demás? ¿Cómo contribuir al “bien para todos” desde la posición que se nos da? Son preguntas que nos pasamos la vida profesional, como directivos, intentando contestar correctamente

Ha llegado el momento de enterrar al líder narcisista, ese líder que se cree que lo sabe todo, que no escucha, que se pone como medida de todas las cosas y que es conocido por su cinismo, egoísmo y vanidad. Aquel al que sus miedos interiores, complejos y soberbia le oscurecen el juicio y proyectan, en cada interacción, su falta de capacidad de ayudar genuinamente a los demás. No hay personas más vacías que las que están llenas de sí mismas. Esos líderes narcisistas no tienen futuro ni presente.

 

El líder servicial

Por otro lado, y en contraposición, está el líder servicial. Esa persona que nunca se cansa ni cansa. El que sirve primero y exige después. Alguien que da, luego pide y, solo a veces, exige. Un líder que escucha, empatiza, persuade, sueña en grande, transmite, lo ve claro, entiende el sacrificio como un valor, pone a los demás primero, se compromete personalmente con su gente y con lo que hace, asume el compromiso como algo propio, es ejemplo de virtudes humanas y, por todo ello y como consecuencia, crea una cultura fuertemente vívida que atrae y une a todos. Decía Victor Hugo: “Sirve a tu sirviente; quizás él te sirva agradecido y por amor”.

Y es que el mundo empresarial es una extensión más de lo humano; es un microcosmos donde las relaciones sociales son las encargadas de configurar el ambiente y la cultura real de la empresa. De ahí la importancia de tomar conciencia sobre el modelo relacional por encima de cualquier otra cosa.

En una sociedad donde el individualismo se expande desde una perspectiva de independencia, donde el exhibicionismo del ego y de sus logros roza el grado de egolatría, y donde el prefijo auto (autoayuda, autobiografía, autosuficiencia, autoidentidad) se convierte en señal de identidad, el otro pierde relevancia. Pero no hay que olvidar el mito de Narciso: Homero ya advertía que las consecuencias a pagar por despreciar al otro, por obviar a nuestros semejantes y por no ser afectuoso con los que nos rodean pasaban por un ensimismamiento tan absoluto que hacía que Narciso muriera en soledad y frustrado por no poder alcanzar la imagen de la que se había enamorado.

Por el contrario –y por seguir con la sabiduría que brinda la mitología griega–, Ulises, rey de Ítaca y héroe del famoso libro de Homero La Odisea, puede servir como contrapeso a Narciso. Ulises y su ejército partieron de su tierra para unirse a las tropas de Agamenón y luchar contra Troya, ciudad de murallas inexpugnables que había resistido con solvencia los embates de los ejércitos. Fue una guerra que duró diez años, en los que Ulises fue fiel a su palabra, cuidó de su ejército y permaneció luchando hasta que la guerra acabó.

Fue un líder ingenioso, innovador, capaz de enfocar los problemas desde perspectivas laterales, dando muestras de un pensamiento crítico hábil y adaptativo a las circunstancias. Viendo que era imposible atravesar las murallas de Troya, ingenió un caballo de madera gigante, en cuyo interior escondió soldados, y lo dejó como ofrenda a los troyanos. Estos, tras arrastrarlo intramuros, descubrieron que dentro del caballo había guerreros enemigos que se encargaron de abrir las puertas de la ciudad para que entrase el ejército de Agamenón.

Concluida la guerra, Ulises volvió con su ejército a Ítaca, y, a lo largo del camino, siempre tuvo presentes dos cosas: el amor que le unía a su mujer, Penélope, y a su hijoTelémaco y el lazo que le unía a los suyos. Ulises era un líder que sabía que su identidad se constituía en interdependencia de los demás y que cuidaba de que esas relaciones no se debilitasen. De hecho, pasaron veinte años desde que salió de casa hasta que logró volver.

 

Un modelo de liderazgo

Si hubiera que destacar algo del modelo de liderazgo de Ulises, sería su servicio a los demás, así como la confianza que deposita en los otros. Esto queda representado en la fe en sus soldados y en el amor de quienes le esperan en su tierra. De ahí que lo que más debería preocupar a los líderes es poder ampliar su Ítaca particular en todos los ámbitos de su vida, incluido el profesional. La lucha debería consistir en lograr convertirse, cada día un poco más, en un líder que acaba con el Narciso que todos llevamos dentro y que se enfoca en el servicio que los demás necesitan y merecen. El resto se nos dará por añadidura.

Los auténticos líderes de la humanidad (y de las empresas) no son los que dominan por la fuerza, ni basándose en su vanidad o ego, sino los que sirven con su dedicación esforzada, día tras día.
“Si alguno pretende ser el primero, hágase el último y el siervo” (Mc. 9, 34).

David Colomer

CEO de Iberia y Francia de IPG Mediabrands ·